sábado, 27 de febrero de 2010

EL METRO, UN ESPACIO PARA TODOS.

El sistema de transporte colectivo, METRO, muestra nuestra cultura y es un reflejo de los personajes representativos que podemos encontrar en la Ciudad de México.

Crónica por: Berenice Ibarías Balderrábano.
México D.F. 17 de febrero de 2010.

La tarde se presentaba fría, era un día lluvioso y aunque no era un aguacero, los peatones caminaban rápido con el fin de evitar, en lo posible, el contacto con la lluvia.
La Ciudad de México se presentaba gris en este miércoles 17 de febrero. Seguramente Valle de Chalco recordó los incidentes pasados, en los que el río de la Compañía se desbordó causando un caos del que, hasta el momento no se han repuesto.
En la estación del metro “San Lázaro”, la lluvia había dejado claramente su presencia. Era apenas la 1:00 p.m. pero el túnel que comunica a la estación, con la terminal “Tapo” presentaba en la entrada un enorme charco, el cual amenazaba con crecer si las precipitaciones seguían en el curso de la tarde.
Dentro del andén poca gente, la mayoría con chamarras, abrigos y paraguas para protegerse del impetuoso clima. El metro tardo en llegar, algo que sucede siempre en la línea “B” cuando hay lluvias. Los pasajeros abordaron los vagones y algunos, aquellos con suficiente experiencia, alcanzaron lugar entre empujones.
El tren tardó en iniciar su marcha, pero el folklore del D.F. estaba presente.
En un asiento, una madre con su hija de unos ocho años leían un cartel. Era el de la basura, aquel que pusieron en un sinnúmero de vagones para explicar que la basura debía separarse por ley, pero que nunca se llevó a cabo. Una chica vestida como para oficina, terminaba su arreglo personal dándole a sus pestañas un color negro ébano. En otro asiento, por cierto, el destinado para las personas discapacitadas y de la tercera edad, un hombre leía “El Gráfico”, mientras una anciana que traía enormes bolsas de mandado estaba parada a su lado. “Señora, ¿se quiere sentar?” preguntó una chica que estaba sentada justo al lado de nuestra joven narcisista. La viejecita sonrió y agradeció el gesto: “gracias señorita”.
Un joven abordó el metro, y mientras este se puso en marcha, el chico nos ofreció la oferta del producto que vendía: “galleta estilo mamut… llévela por dos pesos o tres por cinco pesos”. Los pasajeros aprovecharon la oferta, entre ellos la pequeña del cartel, y el vendedor abandono el vagón feliz por las seis galletas vendidas.
Apenas salió este, cuando un colega entró a suplirlo. Este ofrecía chocolates, “milky way a cinco pesos”. Mientras el entusiasta comerciante hacia labor de venta, yo seguía observando a la gente. Enfrente de mí, un grupo de preparatorianos hablaban de las materias que reprobarían, resaltaban por su tono alto de hablar y por su jovialidad, reían y gritaban, y por supuesto, las palabras altisonantes formaron parte de la charla.
El señor que leía el periódico bajo en la siguiente estación, junto con el desilusionado vendedor que no logro el impacto de su compañero. Su lugar lo ocupo una chica joven, que por la forma en que estaba vestida, podría haber sido estudiante de medicina. La chica llevaba audífonos. Fue entonces que percate la fuerte presencia de éstos; ocho personas en el vagón llevaban audífonos. Seguramente sus gustos musicales eran muy diferentes, sin embargo ocupaban el mismo instrumento.
La próxima estación “Bosque de Aragón”, abroche mi chamarra, cruce los brazos y me quede al lado de la puerta, mi viaje llegaba a su fin, pero nuestro folklore se quedaba en el vagón, la puerta se abre y yo salgo, mientras sube más gente, entre ésta, una chica que va a presentar el CD de novedad.

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